Morales i Maduro en l'enterrament de Chavez |
Poder i Anarquisme. Aproximació o
contradicció?
[Ekintza Zuzena núm. 41] Rafael Uzcátegui
A petición de los
compañero/as de Ekintza Zuzena, escribimos por segunda vez sobre el concepto
«Poder Popular» que, en América Latina, promueven algunas iniciativas que se
reclaman libertarias. Pero antes de entrar en materia, describiremos el lugar
desde donde se realiza nuestra argumentación y, a grandes rasgos, el contexto
que la perfila. Desde el año 1995 participamos en un grupo de afinidad
anarquista que, en la ciudad de Caracas, entre otras actividades ha editado el
periódico El Libertario, quizás la actividad más conocida. A partir del año
1998 antagonizamos con el proceso político denominado «revolución bolivariana»
por tres grandes razones: La primera, la profundización del modelo
extractivo-minero en sintonía, y sin contradicciones, con la globalización
económica capitalista, lo cual ha incluido -a pesar de la retórica-, amplias
garantías a la inversión transnacional energética (por ejemplo, en el año 2009
Repsol anunció el descubrimiento en el golfo de Venezuela de la mayor reserva
de gas natural de su historia). La segunda razón, por el proceso de
estatización, militarización y fragmentación del movimiento social del país
surgido a raíz del levantamiento popular del Caracazo, 27 de febrero de 1989, y
cuya capacidad de movilización fue decisivo para el recambio burocrático
experimentado en 1998, fecha de la primera victoria electoral de Hugo Rafael
Chávez Frías. La tercera es que, a pesar de contar con la mayor bonanza
económica de los últimos 30 años, el gobierno bolivariano no ha transformado las
causas estructurales de una de las más injustas tasas de reparto de la riqueza
en el continente –recordar que el país posee las mayores reservas energéticas
de la región-, cuyos datos y testimonios pudimos plasmar ampliamente en el
libro «Venezuela: La Revolución como Espectáculo. Una crítica anarquista del
gobierno bolivariano» que, en el caso de la península ibérica, fue coeditado y
distribuido por la editorial-librería La Malatesta de Madrid. Esta introducción
es pertinente porque en el proceso de institucionalización y homogeneización
del movimiento social que permitió su victoria en las urnas, el gobierno
bolivariano pasó, a partir de marzo del 2009, a denominar por decreto a todas
las instituciones con el adjetivo «poder popular». Por ejemplo «Ministerio del
Poder Popular para la Defensa», que coordina a las Fuerzas Armadas del país. El
caso venezolano sería entonces una evidencia clara de los derroteros estatales
del concepto.
La segunda aclaratoria previa tendría que ver
con el anarquismo en el cual creemos, pues complejiza el maniqueísmo y
simplificación de la discusión que los promotores del Poder Popular
«libertario» (PPL) aluden en su discurso. Cultivamos un anarquismo que necesita
de sus grupos de afinidad para el intercambio y construcción de lo que nos es
más próximo, pero cuyo referente y ámbito de actuación no es otro que los
movimientos populares, autónomos, de base y necesariamente plurales, para el
cambio en un sentido libertario. Reivindicando y aprendiendo de la historia,
así como de las tradiciones de lucha que nos precedieron, nuestro anarquismo
debe responder a un contexto en permanente cambio, signado por la globalización
económica, informacional y tecnológica, el cual ha dejado atrás el culto a la
razón positivista que influyó en los pensadores antiautoritarios de finales del
siglo XIX y comienzos del XX. Además, es un anarquismo que debe ser expresión
de las particularidades culturales que nos definen como latinoamericanos, sin
perder su perspectiva universal e internacionalista. Esta reflexión hemos
intentado plasmarla en nuestra publicación El Libertario, cuya línea editorial
actual, en un escenario de estatización y polarización de las iniciativas
populares, es la de promover los mayores niveles posibles de autonomía en las
organizaciones sociales de nuestro entorno, en el entendido que mientras no
exista un espacio de emprendimientos políticos diversos de base, beligerantes e
independientes, los valores que defendemos como anarquistas no podrán tener la
posibilidad de expandirse y ser vividos por amplios sectores de la población.
Una camisa prestada
El surgimiento de la
propuesta del PPL no puede comprenderse de manera separada de lo que algunos
analistas denominan «el giro a la izquierda» de América Latina. Incluso
afirmamos que el momento de mayor impulso de esta propuesta coincidió en el
tiempo que los gobiernos autocalificados como «progresistas» generaban amplias
expectativas entre los sectores de izquierda y revolucionarios de todo el
mundo. El razonamiento de fondo era, simplificando, que era necesario
mimetizarse con las mayorías que apoyaban a las izquierdas en el poder,
haciendo alianzas con algunos sectores y, desde adentro, «radicalizar» dichos
procesos con la propuesta del PPL. Tras varios años en la presidencia, el entusiasmo
por estos gobiernos ha disminuido, por un lado. Por el otro, han sido
suficientemente conocidas sus contradicciones así como todos los mecanismos
desplegados para criminalizar a los líderes populares que, refractarios a sus
políticas, han continuado movilizándose. Los gobiernos de Argentina, Ecuador,
Bolivia, Venezuela, Uruguay y Nicaragua ya poseen un expediente de
sindicalistas, líderes indígenas y barriales de diferentes ámbitos asesinados,
encarcelados y sometidos a juicios bajo leyes antiterroristas influenciadas
por, paradójicamente, los organismos multilaterales que tanto adversan en las
palabras. Lo curioso es que son iniciativas «libertarias» de países con
gobiernos conservadores (Colombia y Chile, por ejemplo), los que han intentado
«capitalizar» este pretendido giro progresista y han tenido mayor protagonismo
mediático en la difusión de los postulados del PPL. Ni ayer ni hoy el debate
generado alrededor de este tema ha sido central en el universo ácrata
latinoamericano, aunque sus apologistas hayan intentado, grandielocuentemente,
presentarlo así. («Este debate es uno de los núcleos fundamentales de la
izquierda latinoamericana», según la Federación Anarquista Uruguaya).
Los promotores del PPL se han diseminado en
varios países latinoamericanos, aunque no son un grupo homogéneo ni coinciden
en los énfasis de sus estrategias. Como el resto de la familia, han sufrido sus
propias divisiones, disoluciones, fragmentaciones y tensiones por el
protagonismo de un alegato apenas en construcción, siendo dos de sus nodos
intelectuales más visibles Brasil e Irlanda (sí, Irlanda). Un inventario de los
grupos, publicaciones y literatura demuestra que ni cualitativa ni
cuantitativamente, hasta ahora, ha sido el sector «predominante» en el
anarquismo suramericano, a lo sumo y generosamente una tendencia más. Sin
embargo, han intentado sobredimensionarse en internet reduciendo la diversidad
del movimiento en la región en dos bandos, ellos y, en la otra acera, la
tendencia insurreccionalista («un grupo minoritario y aislado de la base», como
la simplifica Felipe Correa de la Federación Anarquista de Río de Janeiro). Por
estas artes del lenguaje, los PPL serían el «anarquismo organizado» (como en
algún momento se definió la Red Libertaria de Buenos Aires) vinculado a los
sectores excluidos, antagonizando a un anarquismo autorreferencial, de clase
media, disociado de su contexto y anclado en el pasado, que seríamos el resto.
Y este debate tramposo expresa a su vez la naturaleza de las alianzas que el
PPL desea establecer con ciertas izquierdas: Mercadearse como el «anarquismo
bueno».
Ni Dios, Ni Amo, Ni
Coherencia
Para los teóricos del PPL la noción del «poder
popular» sería un concepto «en disputa», y su trabajo sería resignificarlo a la
luz de una interpretación anarquista. A pesar de algunos malos intentos de
corte y costura para demostrar que clásicos como Bakunin y Malatesta lo que
querían era decir «poder popular» en todos sus escritos (prolijamente refutado
por Patrick Rossineri en sus textos para el periódico Libertad! de Buenos
Aires), ante la ausencia de una genealogía antiautoritaria del término
reconocen, a regañadientes, que su origen no proviene del campo ácrata. Se ha
convertido en un lugar común de su literatura las citas al Movimiento de Izquierda
Revolucionario (MIR) de Chile como pioneros en su uso del término en 1970,
haciendo malabares históricos para demostrar que esta organización
marxista-leninista era, en el fondo, bastante anarquista. No importan 4 décadas
de uso, interpretación e implementación autoritaria del término, así como la
capitalización política y legitimación burocrática de varios gobiernos
progresistas del continente (Sólo el venezolano gastó oficialmente según su Ley
de Presupuesto 65.304.634 dólares en propaganda en el 2013): mientras 4 gatos
anarquistas lo reivindiquen seguiría siendo «un concepto en disputa». Todo un
detalle que sea este y no otro la nomenclatura en litigio. Si por ejemplo
democracia significa «gobierno del pueblo y para el pueblo», ¿no deberían
utilizar las mismas energías para reconceptualizarla anárquicamente? Felipe
Correa llega al extremo en esta tesis, pues hasta «anarquismo» sería, según él,
un «concepto en disputa».
Esta pérdida de
personalidad al utilizar un discurso de otros para expresar valores que tienen
términos nítidamente libertarios, como autogestión por citar un caso, tiene
como objetivo no espantar a sus nuevos «compañeros de ruta». Y no es un
problema de etiquetas. Esta difuminación de lo que específicamente nos hace
«anarquistas» hace que algunas iniciativas del PPL hagan demasiadas concesiones
en su apuesta por una plataforma política de actuación. Por ejemplo, el de las
publicaciones «libertarias» con alegorías en portada a cualquiera de los santos
del panteón marxista latinoamericano –cuando ya hay tantas publicaciones ajenas
que lo hacen- o los llamados al «voto crítico» por candidatos presidenciales
nacionales o regionales «de izquierda». El resultado, como lo demuestran una
vez quienes en Venezuela se hacen llamar «anarcochavistas», es una pérdida
absoluta de la identidad política y la asunción de una nueva impuesta desde
arriba que intenta ser hegemónica. Esto genera múltiples consecuencias, algunas
tan graves como la ausencia de cualquier atisbo de crítica a viejos y nuevos
gobiernos «de izquierda» en la región, como el cubano, el boliviano o el
venezolano, cuando no el apoyo velado o explícito a organizaciones autoritarias
como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Poder Popular: Dos problemas
Como lo ha sugerido
Rossineri, la ofensiva comunicacional del PPL tiene como objetivo naturalizar
el uso del término «poder» entre los anarquistas. Las mejores argumentaciones
de sus entusiastas aluden a su naturaleza polisémica y su división entre el
«poder hacer» (capacidad de realizar cosas) y el «poder sobre» (dominio sobre
otros). Sin embargo, salvo consignas, no hay un mayor desarrollo de cómo
impedir que capacidad se transforme en dominio. En este punto es importante
recordar que un sector del marxismo latinoamericano, conocido como autonomista
(John Holloway quizás el más conocido), han abandonado dicha pretensión y han
afirmado, a secas y sin medias tintas, que el mundo debe ser cambiado «sin
tomar el poder». Y esto es porque la falsa tensión entre el «poder hacer» y el
«poder sobre» no ha sido resulta en 40 años de uso autoritario de poder popular
porque, sencillamente, aluden a dos situaciones diferentes. Este es el primer
problema del PPL, a que tipo de «poder» se refiere: Poder en política siempre
aludirá a «poder sobre». En castellano, un idioma generoso, no existen
sinónimos literales sino palabras diferentes que matizan situaciones. Pensemos
en un carpintero que domina las técnicas de construcción en madera. Si usted se
refiere a él como un «carpintero con poder» la mayoría le entenderá -salvo los
del PPL- como alguien con dinero o influencias políticas, y no como diestro en
el arte de la construcción con madera.
Así, los del PPL zanjan esta discusión con
tres consignas y con afirmaciones aventureras: «Los anarquistas no estamos
contra el poder sino contra la dominación», sin importar que más de 100 años de
historia libertaria demuestren que estamos contra ambas cosas. El 98% de
quienes en América Latina utilizan en su estrategia política el concepto “poder
popular”, buscan legitimar hoy la racionalidad que ayer se contenía en el
concepto «dictadura del proletariado», el arribo de una nueva burocracia en los
estamentos de mando.
El segundo problema tiene que ver con la
noción «popular», un término que según la lógica PPL también debería estar «en
disputa». ¿Qué es popular y qué no lo es?, ¿cuándo algo deja de serlo? Lo
considerado «popular», ¿es intrínsecamente bueno? Lula da Silva, ¿fue un
presidente del «poder popular»? Rafael Leonidas Trujillo, ¿fue un militar del
«poder popular»? La anterior mitificación parecía superada tras los aportes,
entre tantos otros, de Michael Foucault. Sin embargo lo que nos sugiere su uso
es que mientras un sector del marxismo latinoamericano evoluciona asumiendo
posturas libertarias -los autonomistas-, como singular contrapeso otro sector
del anarquismo regional involuciona reivindicando lógicas propias de los
partidos comunistas más stalinistas de este lado del mundo.
Nuestra agenda
La estrategia del «poder
popular», como demuestra el caso venezolano, no conduce a otro destino sino al
Estado, a oxigenar la gobernabilidad democrática en tiempos de crisis de la
representatividad y globalización económica. Además, posee dentro de su lógica
la estrategia de «acumulación de fuerzas» que debe negociar con el resto de los
aliados de su plataforma planteamientos radicales y de fondo en aras de la
convivencia y, valga la redundancia, «popularidad». Fieles a la vocación de
poder, de mercadearse ante el mundo y especialmente ante sus aliados como el
«anarquismo bueno», algunas de las iniciativas más conocidas del PPL reproducen
en micro lo que cualquiera detesta de la gran política: las componendas,
conspiraciones y descalificaciones contra quienes asumen eclipsar y
neutralizar: En primer lugar no al gran capital sino a los otros anarquistas.
Cuando aclaraba que esta era la segunda vez que reflexionábamos sobre el tema
buscaba reflejar lo siguiente: muchos hemos optado por no caer en las luchas
intestinas en los contornos planteados por el PPL, una estrategia pensada,
entre otras cosas, para legitimarse ante sus aliados «de izquierda» en el
continente. Nuestros esfuerzos siguen estando en la construcción de una
alternativa social libertaria, donde –insistimos- los valores que defendemos como
antiautoritarios sean vividos por la mayor cantidad de personas.
Es falso que el anarquismo latinoamericano
pueda dividirse, únicamente, en las tendencias plataformista (donde se ubicaría
el PPL) e insurreccionalista. En el medio de ambos extremos hay una diversidad
de grupos, emprendimientos e individuos, con escasa o nula relación orgánica
entre sí, que por la diversidad de temas y situaciones que enfrentan sí podrían
ser calificados como el sector «mayoritario» del movimiento, pero que
sencillamente no tienen ánimo ni tiempo para pensarse en esos términos.
Si hay algún tema medular hoy en
Latinoamérica, que no es el PPL, es el extractivismo y la lucha por los bienes
comunes, que cualquiera que revise el mapa de los actuales conflictos sociales
en la región podrá constatar que es la causa de las movilizaciones indígenas y
campesinas contra gobiernos «progresistas» y conservadores que actualmente se
llevan a cabo. Dentro de las luchas por la defensa del Tipnis (Bolivia) y el
Yasuni (Ecuador), contra las Minas de Conga (Perú), la explotación del carbón
en la Sierra del Perijá (Venezuela) y el Fracking en los acuerdos Chevron-YPF
(Argentina), por recordar los más conocidos, hay mucha gente libertaria
poniendo el pecho, que ha posicionado el debate sobre otros modelos de
desarrollo dentro de coaliciones sociales diversas sin perder identidad,
intentando que las iniciativas no tengan como referente al Estado sino a la
expansión de las propias capacidades colectivas autogestionarias. Pero también
existen otras búsquedas y espacios de confrontación contra los poderes establecidos,
de las cuales me limitaré a describir las que nos son más cercanas.
En Venezuela la recuperación de los niveles de
autonomía y beligerancia de los movimientos sociales tiene uno de sus
principales contrarios al poder popular estatizado y militarizado promovido por
el gobierno bolivariano. Y ante la capacidad propagandística del «socialismo
petrolero» (como una vez lo definió el propio Hugo Chávez) no hay alternativa
sino pensar en otros referentes. Como anarquistas acompañamos, participamos y
difundimos en diferentes luchas, como el movimiento contra la impunidad y el
abuso policial y militar desarrollado en el estado Lara, en donde han surgido
organizaciones independientes de víctimas que han denunciado la complicidad de
altos y medianos funcionarios en los crímenes del gatillo fácil. De este
conflicto es Mijaíl Martínez, el videoactivista asesinado en el año 2009 por
sicarios contratados por la Policía de Lara. En esta zona se desarrolla la
experiencia cooperativa más grande y antigua del país, Cecosesola, 30 años y
20.000 afiliados, cuyo funcionamiento asambleario y horizontal la convierte en
la experiencia concreta de inspiración libertaria más importante del país, y
que por autogestión ha construido un hospital de tres pisos en la zona oeste de
Barquisimeto, corazón de los sectores menos privilegiados de la ciudad, siendo
uno de los emprendimientos nacionales emblemáticos de participación comunitaria
en el ejercicio del derecho a la salud. A la lucha contra la explotación del
carbón en el estado Zulia, que ha dejado como saldo el asesinato del líder
yukpa Sabino Romero, se suma nuestra intervención activa en la recomposición
del movimiento indígena venezolano, tras años de cooptación, que pasa por la
recuperación de sus organizaciones tradicionales sobre la base de la autonomía.
En años anteriores estos mismos esfuerzos se colocaron en el sector sindical,
donde surgió un intento de refundación del gremialismo venezolano en el Frente
Autónomo en Defensa del Empleo, el Salario y el Sindicato (FADESS), que no
prosperó en la dirección deseada debido a la electoralización de su agenda y el
canibalismo de los viejos partidos políticos. El FADESS denunció los 17 meses
de cárcel contra el sindicalista Rubén González, la criminalización de la
protesta en el país y los asesinatos de los sindicalistas Richard Gallardo,
Luis Hernández y Carlos Requena, en el 2008, que hoy se mantienen en impunidad.
Los retos que los
anarquistas latinoamericanos tenemos por delante son múltiples y exigentes.
Fortalecer nuestros grupos de afinidad y organizaciones específicas. Participar
en conflictos reales y movimientos sociales para elevar sus niveles de
autonomía, independencia y capacidades autogestionarias, reactualizar nuestros
postulados reinventando lo que haga falta y expandir nuestros valores, que no
nuestras etiquetas, entre amplios sectores de la sociedad que paulatinamente
están descubriendo que los gobiernos progresistas son la misma opresión de
siempre con diferente fachada, y que fieles al espíritu rebelde de la naturaleza
humana, buscarán otras alternativas. Entre nosotros el eclipse del
«progresismo» en el poder abre similares oportunidades, de orden teórico y
práctico, que para los movimientos emancipatorios europeos tuvo el desplome del
Muro de Berlín. Y para esto es necesario no el esteticismo pseudolibertario de
lo caduco, sino la apuesta por una cultura política nueva basada en la justicia
social y la libertad.
Rafael Uzcátegui (Venezuela)
[1] VVAA, 2011. (reseñado en E. Z. nº 40)
[2] ROSSINERI, 2011; UZCÁTEGUI, 2011. Las
críticas que se realizan a continuación pretenden estimular el debate serio,
respetuoso y fraterno.
[3] ROSSINERI, 2011, p. 15.
[4] UZCÁTEGUI, 2011, p. 29.
[5] CORRÊA, 2011. Ese texto forma parte del
debate sobre el poder que se dio, en aquella época, entre los militantes de la
FARJ y que terminó con la decisión de utilizar y defender las nociones de poder
y poder popular.
[6] SCHMIDT; VAN DER WALT, 2009.
[7] BAKUNIN, 1998, p. 100.
[8] KROPOTKIN, 1970a, p. 189.
[9] MALATESTA, 2008, pp. 183; 200.
[10] CORRÊA, 2012a.
[11] CRISI, 2012.
[12] IBÁÑEZ, 1982, p. 11.
[13] ROSSINERI, 2011, pp. 19-20.
[14] IBÁÑEZ, 2007, p. 42.
[15] Ibid. pp. 42-44.
[16] BAKUNIN, 2009, p. 34.
[17] KROPOTKIN, 1970b, p. 69.
[18] MALATESTA, 2008, p. 94.
[19] RICHARDS, 2007, pp. 147; 154.
[20] IBÁÑEZ, 2007, p. 45.
[21] BERTHIER, 2011, p. 32.
[22] MINTZ, 1977, pp. 26-27.
[23] CORRÊA, 2012b.
[24] Ibid.
[25] CORRÊA, 2012a, p. 98.
Rafael Uzcátegui (El Libertario)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada